Volar la cortesía

Pablo Francisco Arrieta / @Xpectro / Profesor y viajero observador

Los grandes cambios ocurren de a poquitos. Sin que nos demos cuenta, las arrugas empiezan a marcarnos o vamos dejando de ir a esos sitios que tanto nos gustaban. Y entonces un día, al mirar hacia atrás, vemos con claridad la distancia recorrida.

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Por ejemplo, llamamos a hacer una reserva aérea y cuando van a ser expedidos los tiquetes el operario en el teléfono nos informa que los dos pasajeros (novios) no podrían sentarse juntos. Piensa uno que no hay problema, pero al momento de pagar, el operario anuncia con voz tentadora “claro que tenemos las primeras tres filas disponibles y los podríamos ubicar de una vez”, uno dice que claro, y entonces la voz pregunta “para el vuelo interno el costo es de 30US y el internacional de 90US por pasajero, ¿quiere comprar los asientos?”. En ese momento capta uno que la aerolínea juega ahora con la necesidad y algo peor, apuesta a la falta de civismo de los otros pasajeros.

 

No se si ceder el puesto a un viajero separado de su ser querido se considere un acto de elegancia, urbanidad o civismo; lo que es claro es que esta forma de generar ingresos logra de paso que en algún tiempo se vea como un tonto quien tenga la cortesía de cambiarse de silla sin esperar una retribución económica a cambio. Ya he presenciado disputas entre algunos pasajeros quienes, en vez de preguntar, optan por sentarse en la silla deseada y al llegar el otro viajero simulan algún error y esperan a que los tripulantes “solucionen el impasse”. Cuando en tierra confirman que el pasajero sentado está mal ubicado, bien sea por cansancio o decepción, a veces el viajero de pie dice “si quiere quédese ahí, yo me voy a su silla”. La creatividad comercial se queda en tierra mientras que la cortesía salta por la ventana (sin paracaídas).

 

Existen sitios en la web para que viajeros revisen cuales son las “mejores sillas” en cada avión, de manera que las puedan reservar (facilitando a la aerolínea saber cuáles cobrar más alto). El “jugar la carta de la amabilidad” es casi que impensable. Hasta existen dispositivos que se colocan frente a las piernas de uno y bloquean la capacidad de reclinarse de quien va delante. Todo por 19.95 dólares (el kit incluye tarjetitas a ser entregadas al pasajero bloqueado explicando la situación). Y aerolíneas como Air New Zealand, Vueling y AirAsia X ofrecen la posibilidad de pagar extra por tener una silla vacía a su lado. El avión como campo de batalla.

 

Lejos quedaron los tiempos de la sencilla sorpresa de ganarse una silla bien ubicada como premio a llegar temprano. Incluso se está diluyendo el misterio de ver quién es el compañero de vuelo: KLM, con Meet & Seat, ha permitido que la gente comparta sus perfiles de Facebook y LinkedIn de manera que puedan seleccionar al lado de quién se quieren sentar; algo similar ofrece Malaysia Airlines con su MHbuddy, o empresas como Satisfly, de Hong Kong. Tan facilitador de encuentros felices como de pesadillas interminables puede ser esto. Si hay dinero de por medio, literalmente se cumple la frase que en las redes sociales el producto es uno: imaginen que alguien pague por conocer a otra persona y el pasajero no es el beneficiario del valor sino… ¡la aerolínea! Ni pensar donde otras industrias copien la idea.

 

Con todo esto, no extraña que haya quien se revuelva de la rabia ante la posibilidad de un cambio de asiento. Imaginen el tiempo invertido (y eventualmente el valor) en escoger la ubicación como para que venga un señor a pedirle un gesto amable. ¡Habráse visto!

 

El sistema de selección de puestos fue en un momento una forma de agilizar el proceso de check in en tierra pero hoy se utiliza como herramienta para exprimir algunos ingresos adicionales. Imponer estas costumbres hace del viaje algo más tensionante. Como nos dice Barry Schwartz, esta libertad de selección lo que elimina es nuestra capacidad de sentido común, y en vez de hacernos más felices nos embarca en la ruta de la insatisfacción permanente. Ahora incluso al hacer el viaje de nuestros sueños habrá una mancha que nos recuerde que, de haber invertido “un poquito más”, la experiencia hubiera sido mejor. Y si alguien empieza a cobrar por la amabilidad, de seguro otras industrias seguirán la ruta empeorando nuestras condiciones de vida en comunidad.

 

Estos sobrecostos, al final, no garantizan nada: es una lotería como pagar por una maleta extra cuyo contenido se desconoce. Escoger una silla más cara para terminar sentado al lado de alguien que haga imposible el viaje creo que sería (y se lamentaría como) la peor inversión hecha. No se ustedes, pero en mi caso, preferiría pagar un poco más por viajar en compañía de gente más feliz, pero eso es imposible de garantizar. 

 

Depende de nosotros hacer el viaje inolvidable. Un día en un vuelo a Barranquilla una pequeña ocupaba la silla a mi lado. Al preguntarle por el motivo del viaje (entre semana y fuera de vacaciones) me contó que ganó un premio de su escuela y pudo  cumplir su sueño de conocer el mar, así que cambiamos de puestos para que disfrutara la vista por la ventanilla. El tiempo ha pasado y la hoy señorita es una muy especial alumna con la que no se ha perdido el contacto, gracias a Facebook y a que, ese día en el aire, conversamos.

 

No son los computadores los que nos deshumanizan, de eso nos encargamos nosotros (por un precio).

Postweet: El festival Intravenosa en Cali permitió conocer El jardín de Amapolas de Juan Carlos Melo, y Restitución de tierras de Camina Films. Ojalá germinen pronto y llegue a salas de cine y otras pantallas.

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