Maldita primavera

Por Adriana Jaramillo, @seligmannad.

Espalda con espalda duermes desde hace días. Algunas noches de invierno quisiste acercarte más, el frío buscaba el calor de ese otro cuerpo que alguna vez fue amado, pero ahora es extraño, bajo la sábana ya no se encuentran, el desamor enfría más que la nieve. Una mañana te haces un café en la cocina, te sientas descalza en la silla pequeña y te ves más sola que cuando vivías sola. En la distancia es fácil confundir el corazón de un hombre con una patria, con un hogar.

No es la misma soledad de los veinte cuando el novio era de sofá y el reloj biológico era digital. Después de los treinta y cinco, sabes que el tiempo para decidir qué tipo de mujer serás en el futuro es finito, y el péndulo del tic tac a veces hace un ruido insoportable. Muchos piensan que es una exageración, pero cuando uno ha pasado los treinta y cinco uno lo sabe.

Cada amor que se muere desata una nueva primavera. Caminatas en eterna melancolía, la Gran Vía a rebosar de gentes sonrientes, embriagadas, buscándose la mirada para conectarse, bares de copas tintineando a ritmo de tacones y hielo, hombros descubiertos, camisas blancas,  ¿quién diablos se la pasa bien con su pareja en un bar? Si los bares son para “ligar”. El único sentido que tiene trasnocharse y aguantarse el dolor en los pies es porque quizá entre la algarabía y el mareo esté ese hombre allí, mirándote fijamente con su espléndida sonrisa de puertas abierta, y tú sepas, simplemente sepas, que esa noche está salvada, y que te estás bebiendo a pequeños sorbos la adrenalina de tu nueva soltería. Madrid está llena de solteros que, como si fueran Gremlins, se reproducen cuando abunda el alcohol.

No significa que el viejo amor se haya esfumado del todo, pero has encontrado la forma de dejar encerrado a su fantasma en el armario. Ese mismo armario que antes lleno de trajes de oficina y camisetas a rayas, ahora esta vacío, empolvado, y aguarda que empieces a poner tus abrigos de invierno que ya no usarás hasta el año siguiente. ¿Qué hice mal? ¿Qué hicimos mal? ¿Tantos años creyendo que duraría para siempre? Yo no lo creí de verdad… ¿Tú sí? ¿Estás hecha para tener hijos? ¿Para dormir todas las noches al lado del mismo cuerpo? Miras a tus amigas con sus barrigas de globo. Miras a sus maridos pegando jirafas y letras de vinilo en las paredes de la nueva habitación de bebé (siempre supe que tu no serías de esos hombres que pintaría de rosa una pared). Todo huele a bebé, es un olor concentrado a vida nueva, hay una felicidad que envidias por un instante, pero luego te preguntas: ¿He nacido yo para ocupar ese lugar? ¿Habría algo de malo si decido caminar sola por la vida, con amores intermitentes, siendo la tía de mil sobrinos, y encontrando la forma de que mis amigas hablen de algo diferente a chupetes y colegios? ¿Me estoy perdiendo algo? ¿Me podrá perdonar mi padre si no lo hago abuelo?
 
Llama tu mejor amiga y te dice que aún estás joven, no hay que tomar ahora ninguna decisión. Además ha llegado la primavera, ha salido el calor a cubrir las aceras, las terrazas repletas, las risas francas, la esperanza que germina junto con las flores y los colores, una invitación a que tu corazón no se predisponga, no planeé, ni vea por el ojo de su viejo dolor.

Algunas noches sabrán a soledad y el trago será amargo. Otras estarán llenas de sorpresas, un italiano de ojos enloquecedores que toca la guitarra te cantará al oído y sabrás que eres única, y que esa aventura es tuya y será tuya para siempre. Regresas en tu carro y Charlie Winston canta “Hello Alone” a todo volumen, quieres ir a toda velocidad por la Castellana, pero sabes que la ciudad está llena de radares y debes mantener tus mediocres 50 kilómetros hasta salir a la autopista donde será como cuando a un río le abren las compuertas.

Ahí vas tú, con tus historias secretas, tus cicatrices que ahora resultan tan bellas, tu madurez que detecta lo que quieres, tu inmadurez que no ve lo que no quiere ver, la maldita primavera de tus mejores años cargada de promesas y de repente sientes, y sabes, con plena certeza, que no hay otra patria, ni otro hogar, que las paredes pintadas de rosa de tu corazón en libertad.

Adriana Jaramillo es periodista y escritora. Reside en Madrid, España, desde hace 13 años.

Tags

Lo Último


Te recomendamos