Colombia

Cartagena de Indias, ante la cámara de Depardon y los pinceles de Loustal

Lo importante era hacer «el viaje juntos» y elegir una ciudad con «una luz muy fuerte, muy hermosa, muy impresionante». El fotógrafo y el dibujante se sentaron frente a un mapa y señalaron Cartagena de Indias, joya del Caribe colombiano donde el anochecer le gana la batalla al día en solo 4 minutos.

El fotógrafo no es otro que el prestigioso Raymond Depardon, nacido en Francia hace 73 años, co-fundador de la agencia Gamma y considerado uno de los maestros vivos de su disciplina. El dibujante es Loustal, artista galo de 59 abriles y con tres décadas de ilustración a sus espaldas.

El viaje se hizo realidad en marzo de 2015 y el resultado son diez días de felicidad compartida entre dos viejos amigos.

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Y, de paso, un libro que editan Magnum Photos y Air Libre, «Carthagène», en el que Depardon y Loustal dialogan a través de imágenes recónditas de esa ciudad amurallada con regusto a banderas de piratas y reconocida como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Cartagena tiene ese «carácter caribeño que la hace muy diferente a Perú o Bolivia (…). La única posibilidad de competencia con Cartagena, si hubiera conocido la evolución de los acontecimientos, habría sido Cuba», explica el fotógrafo durante la presentación del tomo y de la exposición que le consagra la Casa de América Latina de París.

«Teníamos una decena de días, así que no podíamos recorrer un país. Había que elegir una ciudad. Raymond propuso Cartagena y me encantó porque no conocía Colombia y porque me parecía una ciudad con historia, con literatura, de la que escribió Gabriel García Márquez», agrega el dibujante.

Sus imágenes distan de las que a diario capturan con cámaras, teléfonos y tabletas los miles de turistas que visitan el asentamiento fundado en 1533 por los conquistadores.

«El circuito turístico lo vemos todo el tiempo (…). No es lo que nos interesaba», comenta Loustal sobre un libro en el que muestran otra Cartagena, a escala humana y con contornos cotidianos, labrada con imágenes robadas del día a día de sus lugareños.

Depardon, al que le cuesta encontrar en el atlas lugares que no haya pisado, desliza un matiz: «El problema no es el turista, sino el turismo en masa».

«A veces los turistas nos pueden ayudar, no hay que ponerles como lo peor del mundo» porque relajan los ánimos de los locales y ayudan al fotógrafo profesional a camuflarse entre la gente, razona.

Toldos en los que guarecerse del sol en una playa, portones abandonados, peluquerías callejeras, pescadores rodeados de pelícanos… «Carthagène» es todo eso, pero también ciudadanos anónimos que transitan por sus paginas sin percatarse de que les están inmortalizando dos grandes artistas.

«Todo el mundo puede ser elegante en una fotografía instantánea», sentencia el artista, que disparó sus primeras instantáneas a los 12 años en la granja familiar y en 2012 formó el retrato oficial del recién elegido presidente de Francia, François Hollande.

Entre medias, atesora toneladas de galardones y reconocimientos a una vida plenamente dedicada a capturar momentos, también en formato documental, en la que ha plasmado realidades que van desde el conflicto del Chad hasta los hospitales psiquiátricos de Italia.

Depardon eligió para Cartagena una película Fuji, por su acabado suave que recuerda a la acuarela, y una máquina rápida, ligera y silenciosa del mismo fabricante.

Loustal, ilustrador de la obra de Georges Simenon y colaborador de la revista «The New Yorker», también se equipó de una pequeña cámara de fotos, que le servía para tomar apuntes visuales que después llevaba al papel con colores amables y sombras pronunciadas.

«Antes era más ortodoxo y siempre dibujaba los diarios de viaje en exteriores. Hasta que me di cuenta de que casi todas las vistas eran desde un restaurante mientras esperaba la cuenta o desde la habitación de mi hotel», bromea el dibujante, saboreando de nuevo el periplo.

Porque mientras explican su trabajo, que no desemboca en moralejas ni conclusiones, dejan entrever que solo pretendían sucumbir al placer de llevarse su creatividad de paseo y empaparse de latitudes remotas.

«Somos curiosos. Puede ser un defecto, pero también una virtud», sentencia Depardon.

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