Diocelina Victoria es una de esas personas cuyo nombre no parece haber sido un mero capricho de los padres. En Petecuy I, que siete años atrás estaba entre los 10 barrios de Cali con mayor número de homicidios, doña Dioce –como la llaman sus conocidos- es la salvación de ancianos que un día se declaran abandonados en hospitales o en la calle, o que llegan hasta su puerta pidiendo ayuda porque no tienen quién se haga cargo de ellos.
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Hasta hace dos meses, su Hogar Geriátrico San Mateo les daba vivienda y alimentación a ocho adultos mayores. Por esos días, una llamada incrementó la familia: en el hospital San Juan de Dios había un joven de 22 años a quien la mamá había dejado con la promesa de llevarle medicamentos, pero un mes después aún no regresaba. Discapacidad intelectual y úlcera varicosa eran los diagnósticos de ese chico. Doña Dioce, claro, no se negó a recibirlo.
En el año 2006, cuando terminó su carrera técnica en gerontología, Diocelina se dio cuenta de que era común encontrar abuelitos abandonados; ancianos que llegaban a sus últimos años de vida sin el apoyo de algún familiar, ni siquiera de los tres, cinco o diez hijos que habían sacado adelante; personas que morían solas sin que a nadie le importara. En ese momento empezó a soñar con un hogar geriátrico. Nueve años más tarde, el anhelo se hizo realidad.
Sin embargo, su relación con el tema completaba ya un par de décadas. En su natal Cucurrupí (Chocó), doña Dioce trabajaba como promotora de salud hasta que la guerrilla empezó a verla como un prospecto para sus filas y ella prefirió alistar maletas y marcharse. En Cali, durante un tiempo, durmió donde la cogiera la noche. Pero luego, quizá con la fuerza que siempre había estado presente en su nombre y apellido, retomó su camino.
Para Diocelina, la casa en la que funciona el San Mateo es la más hermosa del barrio. No importa que las paredes sean de ladrillo sin repellar, ni que la puerta tenga los cristales rotos, ni que las habitaciones estén divididas por láminas de madera, ni que el aviso en la entrada sea de cartulina y marcador. Repite que es la más linda así a veces los taxistas que le ayudan a transportar algún abuelo se rían con disimulo, tal vez incapaces de notar la belleza que recoge ese lugar.
Y es la más hermosa, dice, por una simple razón: porque ahí vive una gran familia unida por la necesidad, pero también por el amor y por Dios. Diocelina es dueña de una fe inquebrantable y poderosa para la que nada ha resultado imposible. Algunos de sus vecinos la llaman ‘risita’ porque aún en los momentos más difíciles anda sonriente y confiada en que todo tendrá solución.
Por eso cuando no ha tenido qué darles de comer a sus ancianos, se ha armado de coraje para ir a las tiendas y galerías a recuperar los alimentos que han sido desechados y que, de no quedar en sus manos, terminarían estripados en el carro de basura. De igual forma aprovecha los árboles frutales, como aquella vez que hubo cosecha de noni y entonces esa fruta hizo parte del menú de los abuelitos por varios días.
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Hace poco, en medio de la escasez, tuvo que vender la bicicleta de su hija para comprar café y azúcar. Pero ha tenido también tiempos en los que, aparentemente de la nada, alguien toca su puerta y le regala un mercado que la saca de apuros por un rato. O, como ya le sucedió, que una buena persona va a la panadería del barrio y deja varios meses de pan pagos para el San Mateo.
En el hogar geriátrico, sus tres hijos son los principales ayudantes. Con Mateo, el mayor, se turna para pasar la noche con los abuelos, pues desde hace unos meses vive en una casa que un vecino le prestó para que tanto ella como los ancianos tuvieran más espacio. Pero eso sí: a la hora de comer, esa familia de 13 personas se reúne a compartir los alimentos que doña Dioce cocina en leña, en el jarillón, para ahorrar gas.
Entre los sueños de Diocelina, que son tan amplios como su sonrisa, están tener una casa de tres pisos para atender a más personas y vivir allí con ellas, adecuar una unidad de cuidados intensivos para aquellas que se encuentran muy graves y contar con un transporte de emergencia que le ayude a llevar a los ancianos al hospital más cercano cuando sea necesario.
Pero también tiene otros deseos: cambiar la lavadora, pues la que tiene la rescató de la basura y necesita golpes para funcionar; renovar los colchones y las camas, que igualmente han salido del reciclaje; tener un ventilador para combatir las horas sonsas en las que el calor hace de las suyas; y cambiar un teléfono fijo al que ya no le funcionan varias teclas.
Esta semana, momentos antes de la entrevista de la que nació esta nota, doña Dioce recibió una llamada de la Clínica Colombia. Escuchó el caso de una mujer de 32 años, con problemas de habla y discapacidad cognitiva, que estaba allí abandonada hacía dos meses. Le preguntaron si podía recibirla. La familia del Hogar Geriátrico San Mateo se preparaba para recibir a su nueva integrante.