Se mira al espejo y se acomoda el cabello. Es imprescindible peinarse de esa manera cuando se trata de bailar tango. Una línea al lado derecho, leves ondulaciones en las puntas. Gel fijador. Una vez más, pasa la peineta hasta lograr el look perfecto. Su nombre es Julián Cataño. 28 años. Paisa de nacimiento, caleño desde hace 12 años. Mientras tanto, Alejandra Sánchez hace lo suyo en el camerino: se entalla un vestido rojo con negro que ella misma diseño. Las medias veladas, los tacones. 36 años y 20 de bailarina. Se están preparando para un ensayo. La próxima semana, la pareja viajará a Argentina con el objetivo de quedarse con el primer lugar del Festival Mundial de Tango.
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Desde hace 14 meses que decidieron juntarse para iniciar un nuevo camino artístico, Alejandra y Julián no han hecho más que obtener triunfos. De un festival realizado en Ecuador se trajeron el primer puesto; en enero, en Manizales, campeones de nuevo. La hazaña más reciente fue inscribirse en las eliminatorias para el Festival Mundial, en el que su gran desempeño les permitió ser elegidos entre 48 parejas para representar al país en esta importante competencia en la categoría de ‘Tango escenario’.
“Esta es la recompensa de lo que he hecho durante todos estos años. La meta de cada bailarín es quedar campeón. En Colombia ya lo logré, el sueño ahora es ser campeón mundial. Lo más importante es que en una pareja (de tango) exista conexión para que las cosas salgan bien. Aleja es una gran bailarina, una maestra”, cuenta Julián.
Y es que participar en un campeonato mundial era uno de los sueños de ese niñito que desde los ocho años empezó a bailar tango en las calles de Medellín y de su natal Cisneros con la guía de un tío, porque el talento y el gusto por esta música viene de familia: su mamá bailaba paso doble y porro; su hermano mayor se inició también en el tango desde muy niño; y su abuela, de donde nació quizá el ritmo de la estirpe, era aficionada a las gaitas y a las cumbias.
El tiempo que transcurrió desde cuando ganó el primer campeonato a sus nueve años hasta ahora que va a representar al país en Argentina tiene, sin embargo, varios sacrificios e historias que le provocan una risa nostálgica. “Cuando llegué a Cali vivía en un cuarto pequeñito y tenía toda la ropa guardada en una cajita de cartón. Empecé a dar clases para sostenerme… pero si desayunaba, no podía almorzar. Si almorzaba, no comía”, recuerda.
Gracias al esfuerzo, a la dedicación y, sobre todo, a su desbordante gusto por el tango, pudo empezar a ver los frutos al poco tiempo. Tomó clases en argentina, fue campeón en Medellín, Bogotá y Manizales, regresó al país gaucho para participar con su pareja de forma independiente (no representando a Colombia oficialmente) en el festival al que volverá la próxima semana y quedó entre los 10 finalistas, y estuvo de gira en varios países donde lo contrataban.
Ahora, además de bailarín, es profesor de tango en la Universidad Icesi y tiene una empresa productora de eventos y espectáculos, proyectos que condensan los sueños que empezaron a tejerse en su cabeza cuando daba los primeros pasos de baile. Alejandra, por su parte, acumula otros reconocimientos que dan fe de la dedicación y entrega con la que ha asumido su carrera. Entre muchos campeonatos de los que ha salido victoriosa, se destaca el tercer lugar que obtuvo hace tres años en Argentina cuando se enfrentó a cientos de parejas en todo el mundo.
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Bailarina desde los 16 años, es exactamente como la describe Julián: una grosa (grande) del tango. Maestra. Y en sus clases, claro, recuerda siempre lo que para ella es fundamental en todas las presentaciones: la conexión de la pareja. Gozarse esa pieza de baile, olvidarse de lo que pasa en el mundo durante unos minutos. No pensar en que se baila por un premio. Disfrutar.
La canción que bailarán en el Festival Mundial de Tango se llama Gallo Ciego, pieza instrumental de Agustín Bardi. Los ganadores del certamen obtendrán un premio en efectivo, una gira por Japón y un viaje a París.