“Me estás nombrando todo lo que dejé atrás y me duele”, dice con lágrimas en los ojos Francisco*, uno de los 48 venezolanos que están varados en la Terminal de Transportes del Salitre desde hace 10 días. Francisco dejó su esposa e hijos en Acarigua, ciudad del estado Portuguesa. Huyó del Gobierno por miedo a que les hicieran daño a él y a su familia.
PUBLICIDAD
“Prefiero decir que ellos están bien allá. Digamos que están bien, ¿sí?”, me repite mientras me cuenta por qué tuvo que dejar su país después de trabajar para el Gobierno de Nicolás Maduro. “Un día entraron a mi casa y la allanaron. Yo no estaba, me fui antes de que eso pasara porque me habían hecho varias visitas”, asegura.
Como Francisco, quien se convirtió en uno de los líderes en la terminal, su hogar temporal, hay más venezolanos. Algunos esperan quedarse en Bogotá, como Luis, quien dejó la universidad y su trabajo como obrero, con el que hace algunos años podía mantener a su familia. “Me quiero quedar en Bogotá, pero necesito ayuda con un arriendo para buscar empleo. Estos días que hemos estado acá, las personas nos han tendido la mano, nos han dado comida, ha llegado gente de distintas iglesias para ayudarnos, pero necesito ubicarme”, cuenta mientras se come un sándwich que le regaló una joven mesera que trabaja en una de las tantas cafeterías que hay en la terminal.
Para el 30 de junio de este año, Migración Colombia registró la entrada de 263.331 ciudadanos venezolanos que ingresaron, principalmente, por los puestos de control migratorio ubicados en Cúcuta, Paraguachón y Bogotá. Sin embargo, de esos 263.331, el mismo 30 de junio ya habían salido del territorio nacional 228.380. Así, Colombia se ha convertido en el hogar de paso de muchos de ellos, tal y como espera que sea Felipe, quien viene de Maracay y va para Ecuador.
“Tengo cédula colombiana, pero quiero irme para Quito con mi familia, creo que tengo más oportunidades allá porque los colombianos son muy berracos. Aunque muchos han venido acá ofreciendo ayuda, y la hemos recibido, yo no suelto nada ni doy nada a cambio, solo quiero unos pasajes a Ecuador porque vengo con mi esposa y mis hijas. No quiero problemas”, comenta algo precavido por lo que ocurrió el día anterior con una mujer y sus hijos, a quienes aparentemente separaron prometiéndoles casa y empleo. Felipe dice que no saben para dónde se las llevaron.
Otros, como Éider, van para donde vaya la corriente del río. “Soy abogado y estoy esperando si me quedo acá o me voy para Cali, Medellín o para otra ciudad. Todo depende de un arriendo. La cuestión en Venezuela es que ya no se puede vivir porque el sueldo no alcanza y porque quiero que se me abran las puertas… allá no se consigue nada”, comenta.
Éider llegó a Colombia con su hijo mayor, Junior, de 10 años, que quiere un PlayStation 4, pero sabe que su papá, por ahora, no se lo puede comprar ni en Venezuela ni en nuestro país, por la situación que están atravesando. “Me vine con un celular que acá no me sirve para nada, miro los teléfonos para llamar a mi casa y quiero darle las gracias a las personas de la terminal porque nos han permitido llamar a nuestras familias. Mi esposa y mi otro hijo quedaron allá. Pude hablar con ellos en la mañana y mi hijo me dijo que estaba bien, que habían podido comer arroz. Cuando me ubique y me estabilice, me los traigo”, asegura.
PUBLICIDAD
Daniel, de 25 años, era estudiante de Derecho. También vivía en Acarigua y comenta que “allá estaban las centrales azucareras, La Polar, por eso cuando se empezó a sentir la crisis la gente se fue para allá y comenzaron las filas. En un tiempo pasaba a Arauca a comprar productos necesarios, pero eso era cuando la plata alcanzaba un poco, ahora ni para el pasaje. Te lo voy a poner así: el sueldo en Venezuela son menos de 100.000 pesos y eso no alcanza ni para un par de zapatos. Ahora quiero trabajar, quiero empezar de cero y Colombia es mi mejor opción”, asegura.
Sin país
Durmiendo en el piso, cobijados unos con otros y con las maletas como almohadas, ese es el panorama por estos días de los venezolanos que están en la Terminal de Transportes. Hay mujeres embarazadas o con niños en brazos, familias completas que se vinieron a pesar de tener una vida en el país vecino, pero que fueron doblegadas por el hambre, la inseguridad o quién sabe qué razón personal. Las lágrimas aparecen de vez en cuando. La impaciencia sí que ronda la zona en donde decidieron acampar y donde los viajeros que llegan a Bogotá no los pueden ignorar.
Tienen miedo de que los saquen de allí sin tener nada seguro. El martes fue un señor y donó 30 pasajes, 30 personas menos durmiendo en el piso. Sin embargo, esa misma noche llegaron 12 venezolanos pidiendo ayuda, con papeles la mayoría, pero sin plata y a la deriva.
*Los nombres en esta nota fueron cambiados por petición de los entrevistados.
Venezolanos en Colombia
• Según datos de Migración Colombia, luego de un estudio de la Cancillería y la OIM, cerca del 40% de las personas que ingresan por la frontera son portadoras de doble nacionalidad, mientras que el 30% son colombianas y el otro 30% son venezolanas.
• Desde la implementación del módulo de solicitud para el Permiso Especial de Permanencia (PEP), han generado 51.177 permisos a ciudadanos venezolanos, quienes se encontraban en permanencia irregular.
• Según cálculos de Migración Colombia, dentro del territorio nacional permanecen un poco más de 153.000 ciudadanos venezolanos a quienes ya se les venció su permiso temporal de permanencia.
“La cuestión en Venezuela es que ya no se puede vivir porque el sueldo no alcanza y porque quiero que se me abran las puertas”
Éider, venezolano en Bogotá
La otra cara
“Me muero en mi tierra”
Muchos pensarían que el venezolano que se devuelva a su país, después de haber salido por la crisis, está loco. Para Nora no es así y sus palabras, llenas de convicción, lo argumentan: “Me muero en mi país, en mi tierra. No puedo estar lejos de mi casa”.
Nora se fue para Ecuador después de que una amiga la convenciera. Le dijo que tenía un restaurante y que trabajarían ahí, que la ayudaría con la estadía mientras se acomodaba y que no tuviera miedo, que allá todo era mejor. Cuando llegó a Guayaquil con su hija, se dio cuenta de que lo que le habían pintado no era tan bueno, porque su amiga no tenía una cocina, como se lo prometió, y estaba endeudada. “Chama, eso fue muy difícil porque no teníamos nada. Pero no me rendí y con los 20 dólares que llevaba en el bolsillo compramos harina pan y nos pusimos a vender arepas y tortas. Nos ganábamos 20 dólares diarios y logramos acomodarnos en un apartamento en arriendo. Estábamos bien, no puedo decir que no”, asegura.
Nora cuenta que caminaban todo el día, vendían las arepas, pero a ella no le provocaba ni una. “El ser humano es terrible. En Venezuela nos toca hacer fila por la harina pan y en Ecuador, como no comen arepa, estaba amontonada y ahí sí no le daban ganas a uno. Es que cuando no tenemos, ahí sí queremos todo y eso fue lo que pasó con los venezolanos, por eso Chávez les dio y les dio y ahora estamos en esa situación”.
Asegura que jamás ha apoyado al Gobierno: “Me acuerdo cuando salieron eso cupos Cadivi, todos eran locos cambiándolos. Jamás recibí un favor del Gobierno y tampoco aporté para lo que estamos viviendo. Venezuela podría ser el país más rico y próspero si quisiera, pero se pusieron a regalar todo y a derrochar, y mira a lo que llegamos”, asegura.
Eso sí, confiesa que le dolió dejar a su hija en Ecuador: “Es trabajadora social y allá está vendiendo arepas, pero no quiso devolverse. Dijo que iba para Navidad, ojalá pueda. Yo sé que Venezuela está mal, pero eso no será para siempre. Ya los veré el día en el que el país se recupere y todos se quieran devolver”.
Nora aún no ha perdido su puesto en la fundación y en la emisora local en Caracas. Ya está cansada, asegura que fue a cocinar en Ecuador para mantenerse cuando nunca había tenido la necesidad. “No nos fue mal, pero uno se puede encontrar con cualquier cosa. Les digo a todas estas personas que dejaron el país que tengan la mente abierta, que si ya es una decisión tomada, que tengan fuerza porque el camino está lleno de sorpresas”, enfatiza.
Nora también está varada en la Terminal de Transportes y espera que alguien la ayude con un pasaje para su país. Desde este momento, la única opción es llegar por tierra y lo sabe, por eso se queda, al igual que los demás, esperando que el camino de regreso a casa la lleve con bien.
Sabe que se le viene un gran reto por delante, pero no le importa hacer fila o comer todos los días yuca, por lo que, según ella, varios venezolanos están reemplazando la harina, prefiere eso a estar lejos de su hogar.