Es 21 de diciembre de 1968, 7:50 de la mañana, Cabo Kennedy, Florida. Los tripulantes del Apolo 8 -Frank Borman, Jim Lovell y Bill Anders- están amarrados en sus asientos, a unos 110 metros de altura en la parte alta del primer Saturno V tripulado, el cohete más poderoso que se haya construido en la historia.
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Mientras transcurren los segundos finales antes del despegue tienen poco que decir o hacer. Unos cuatro millones de litros de combustible están a punto de hacer combustión bajo ellos.
Están, como dijo el comentador de la televisión de la BBC que presenció el hecho, "sentados sobre el equivalente a una bomba enorme".
Y hay muchas razones para estar preocupados.
Durante las pruebas previas no tripuladas del Saturno V, unos meses antes, las fuertes vibraciones y la fuerza gravitacional registradas poco después del lanzamiento habrían matado a cualquiera que hubiera estado a bordo.
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Y aunque el cohete ha sido modificado desde entonces,la NASA le ha advertido discretamente a la esposa de Borman que las probabilidades que su esposo tiene de sobrevivir a la misión son de 50/50.