Zura Karuhimbi no tenía armas para defenderse cuando un grupo de hombres con machetes rodeó su casa y le exigió que entregase a todas las personas que se refugiaban dentro.
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Lo que sí tenía era una reputación por sus poderes mágicos.
Esta reputación, y el miedo que engendró en este grupo de hombres fuertemente armados, fue suficiente como para proteger a una anciana y a más de otras 100 personas durante el genocidio de Ruanda.
Cerca de 800.000 tutsis y hutus moderados murieron por causa de la violencia étnica que estalló en Ruanda en 1994, incluyendo el primer hijo y una de las hijas de Karuhimbi.
"Durante el genocidio, vi la oscuridad en el corazón del hombre", dijo esta mujer dos décadas después en la misma casa pequeña de dos habitaciones donde escondió a tanta gente.