Estoy a dieta desde que tengo 12 años.
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Era gorda, con una cara suave y redonda, y muslos gruesos que se desbordaban a ambos lados de la silla.
Desde el momento en que me di cuenta, mi cuerpo -como muchos otros cuerpos gordos en ese momento- se convirtió en un problema.
Eran los años 90 y mi mamá lo sabía todo sobre las dietas, teníamos estantes llenos de libros para adelgazar.
Ser delgada me parecía un requisito de femineidad.
Y en aquel entonces, la gordura parecía ser un problema simple, que se podía resolver.
Te ponías a dieta, controlabas tu apetito, comías menos, hacías unos abdominales y te volvías delgada. ¡Simple!
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Pero entre entonces y ahora, esta idea ha pasado totalmente de moda.
Hacer dieta no está bien visto, ahora nos desintoxicamos, seguimos un régimen basado en vegetales.
Progreso aparente
Es difícil decir exactamente cómo el estar a dieta pasó de moda. A medida que una nueva generación -la mía- crecía, empezó a rechazar a una industria que veía como explotadora, cruel y antifeminista.
Empezamos a rechazar la delgadez como ideal de belleza único.
Desde mediados de los 90 en adelante, dejamos de aceptar la talla cero como la norma y científicos empezaron a aparecer en los titulares de la prensa desmitificando la idea de que hacer dieta permitía bajar de peso y mantenerlo.
La culminación de este proceso pareciera haber llegado hace unas semanas con la portada de una revista de moda en la que aparece la modelo de talla grande Tess Holliday en traje de baño.
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En es apariencia muestra progreso, pero el torrente de comentarios de odio que generó nos da una idea de lo profundamente enraizado que está el desdén por los cuerpos gordos.
Más adelante me explayaré sobre ello.
Obsesión
Cuando fui a mi primer encuentro de Weight Watchers (un grupo que sigue un plan para bajar de peso), a los 16 años, lo único que quería era ser flaca.
Era obesa, según mi índice de masa corporal.
No me interesaba la «salud» o cómo se sentía mi cuerpo por dentro. Quería que, como si fuese un película, se abriese el telón y yo apareciera en mi nuevo -delgado y hermoso- cuerpo.
A medida que bajaban los números en la balanza, empecé a sentirme en control por primera vez en la vida. Perdí 13 kilos y, por un tiempo, pensé que lo había logrado.
En los 10 años que siguieron recuperé el peso, luego lo perdí casi todo otra vez mediante un programa estricto de alimentos supersaludables.
También fracasé al tiempo y, en el proceso, me fui obsesionando cada vez más con la comida que ponía dentro de mi cuerpo.
En 2015, cuando tenía 27 años, estaba 19 kilos más delgada que a los 16, pero aún así, estaba convencida que no estaba lo suficientemente delgada.
Me anoté entonces en un programa por internet liderado por Joe Wicks que prometía una transformación en 90 días.
De engordante a saludable
La revolución por la «comida limpia» estaba en su punto más alto. Más que odiar nuestro cuerpo, odiábamos los ingredientes tóxicos que aparecían en casi todas las comidas (azúcar tóxica, gluten tóxico).
La conversación sobre la comida fue cambiando. La «comida limpia» no era una dieta sino un estilo de vida, y esa elección tenía más que ver con la «salud» que con el peso o la apariencia.
Claro que el deseo por ser delgada no había desaparecido, pero, como todo el mundo, aprendí a hablar de ello en términos más contemporáneos.
Por el programa de Wicks pagué unos US$195 y me tomé una foto de «antes», parada frente al espejo en medias largas y sostén deportivo.
Sentí que estaba dando un paso positivo.
Leí toda la información del programa. Tenía que comer toneladas de proteína y más calorías. Todo estaba estipulado, desde la bebida de vitaminas antes del entrenamiento, hasta el último y único huevo hervido por la noche.
Lo gracioso es que yo estaba convencida de que las dietas y el fascismo del cuerpo se habían acabado.
Esta nueva manera de comer y ejercitar centrada en perder grasa, comer alimentos integrales y en mantenerse fuerte parecían más amigables y holísticas que las dietas que mi madre tuvo que padecer.
Y esta apariencia más amigable probó ser lucrativa. Tres años más tarde (en 2018), el negocio de Joe Wicks está valuado en US$19 millones.
Círculo vicioso
«Aparentemente, la cultura de la dieta está en retroceso», me dice Susie Orbach, psicoterapeuta y autora que investiga el impacto en la salud mental de las dietas desde hace 40 años.
Eso es porque «sentimos mucha vergüenza en torno a hacer dieta. Pero las compañías están haciendo todavía grandes sumas de dinero diciéndonos que nuestro cuerpo es un problema y ofreciéndonos soluciones en forma de dietas, píldoras y polvos».
Como explica Orbach, esta es una de las verdades fundamentales de todas las dietas o planes de «transformación».
«Cuanto más confiamos en los consejos de los demás, más perdemos nuestro propio apetito e instinto de comer».
«Luego se vuelve un círculo. Nuestro cuerpo ya no sabe cómo regular sus propias horas de comida. No tenemos las señales normales de hambre o saciedad y no creemos en ellas cuando las sentimos».
Básicamente, nos volvemos dependientes de las dietas, y hacer dieta se convierte en un hábito que no sabemos cómo terminar.
De ese complejo estado mental -en el que buscamos a alguien que nos diga cómo y qué comer a la vez que rechazamos la idea de las dietas- surgen nuevas industrias online.
Influencers en salud y dieta, cuentas dedicadas a la cocina vegana, sin gluten, sin azúcar, sin lactosa que ofrecen un ejemplo a seguir. Solo que no hay que llamarlas dietas.
No es que ideas como las que se muestran en videos como «Lo que como en un día» no hayan existido antes, hemos estado fetichizando las dietas de los famosos en revistas por años.
Lo que es diferente ahora, explica Orbach, es el lenguaje que usamos para hacerlo.
Ahora decimos «sano», pero eso en en realidad un eufemismo para decir «delgado».
«Básicamente, cuando usamos la palabra ‘sano’ no estamos realmente hablando de comportamientos sanos. Nos estamos refiriendo a cierto tipo de cuerpo que es delgado y tonificado«, dice la nutricionista británica Rosie Saunt.
Es más, «el vínculo entre ‘saludable’ y ‘dieta’ está siendo utilizado para promover actitudes tóxicas y fóbicas hacia la gordura».
Y esto se puso en evidencia con la reacción que generó la portada de Cosmopolitan de octubre mostrando a Tess Holliday.
En respuesta a las críticas, la dietista Helen West escribió un tuit que fue retuiteado más de 1.000 veces, señalando que, a pesar de lo que podemos pensar, la salud de una persona y su tamaño no están necesariamente relacionadas.
«Cuando piensas en el peso, es verdad que desde una perspectiva médica, los cuerpos con sobrepeso corren más riesgo de sufrir algunas enfermedades», dice West.
«Pero hablamos de riesgo relativo, es decir, en comparación con una persona de peso más bajo, no de riesgo absoluto».
«No puedes saber cuán saludable es una persona solo con mirarla. No sabes si se mueve todos los días, qué come, si fuma o no. Todo eso influye en la salud general y no puede juzgarse por la apariencia».
https://www.instagram.com/p/BXS9tdwBL0D/?utm_source=ig_web_copy_link
Por otra parte, nuestra cultura promueve la idea falsa de que todos pueden ser delgados si hacen suficiente esfuerzo.
«Pero ese no es el caso», dice West.
«Y luego atacamos a la gente porque su gordura los hace poco ‘saludables’, y ese no es necesariamente el caso. Es pura fobia a la gordura«.
Tanto West, como Saunt y Orbach coinciden en que debemos se más mesurados cuando pensamos en nuestro cuerpo y las dietas, y que debemos apartarnos de la industria de «lo sano» y enfocarnos en nuestros hábitos diarios.
«Debemos tratar de movernos todos los días y seguir una dieta balanceada, con muchos vegetales», dice Saunt.
Restringir nuestra dieta y sentirnos culpables cuando nos da un atracón, solo nos hará más daño, agrega.
Y West añade: «La gente que acepta su cuerpo es más propensa a cuidarse. La que siente vergüenza es más propensa a tener comportamientos riesgosos como fumar, comer y beber en exceso».
Impacto permanente
Yo estoy a dieta desde los 12, lo cual es cómico y trágico a la vez, porque ahora habito un cuerpo que la mayoría de la gente consideraría «normal».
Es normal. Peso 63 kilos, uso talla 10 o 12 y mi índice de masa corporal es 23.
Estoy probablemente más delgada que nunca. E, irónicamente, perdí peso no cuando estaba obsesionada por lo que comía, sino cuando estaba inmersa en trabajo o una relación y no pensaba en ellos.
Me encantaría decir que ahora estoy en paz, pero ese no el caso.
El hecho es que, pasar años completamente enfocada en lo que comes, en cómo se ve tu cuerpo, en cuánto pesas y en el tamaño de tu ropa, tiene un impacto permanente en la relación con tu cuerpo.
Por ello, siempre sentiré que necesita trabajo.
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