El viernes 11 de agosto de 1978, hace cuarenta años, Janet Parker empezó a encontrarse mal.
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En cuestión de unos cuantos días, a Parker, una fotógrafa médica que trabajaba en el departamento de anatomía de la Facultad de Medicina de Birmingham, le empezaron a salir unos feos abultamientos en la espalda, en las extremidades y en la cara.
Cuando llamaron al médico, este dijo que tenía varicela.
Pero su madre, Hilda Witcomb, se mostró escéptica.
Recordaba haber cuidado a su hija de pequeña por varicela y veía que las grandes pústulas que se volvían ampollas que tenía ahora su hija en el cuerpo eran notablemente diferentes.
Como no mejoraba, al final la ingresaron en un hospital especial de aislamiento en Solihull, Inglaterra. Era 20 de agosto.
Para entonces, 9 días después de empezar a encontrarse mal, Parker estaba tan débil que no se podía mantener en pie sin ayuda.
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Fue entonces cuando apareció por primera vez en sus notas médicas la temida palabra: viruela.
Pronto los doctores confirmarían sus peores sospechas.
300 millones de muertos en el siglo XX
El último caso oficial de viruela en el mundo se había reportado en Somalia en 1977.
Este virus, que aterrorizó al mundo entero durante miles de años, mataba a un tercio de los contagiados.
Solo en el siglo XX se estima que 300 millones de personas murieron de viruela.
La minoría que lograba sobrevivir quedaba marcada de por vida con grandes cicatrices.
Pero la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó un programa global de vacunación que prácticamente acabó con el virus, y para la década de los 70 ya era raro encontrar casos.
Tanto era así, que en 1978 la OMS estaba a punto de declara la enfermedad como erradicada a nivel mundial.
El último sitio donde las autoridades internacionales de la salud esperaban encontrar un caso de viruela era Reino Unido, donde el último paciente de viruela había sido identificado cinco años atrás.
Por eso el caso de Janet Parker tuvo un impacto mundial.
Semanas de pánico
«Era una enfermedad temida. No solo había pánico en Birmingham, había pánico en el gobierno y en la OMS por si regresaba», le dijo a la BBC el doctor Alastair Gedder, que era especialista en enfermedades infecciosas en el hospital del Este de Birmingham cuando apareció este caso.
«Muy muy rápidamente apareció allí la prensa nacional e internacional», recuerda, «se volvió un gran tema global«, dijo Geddes.
«El período de incubación de la viruela es bastante largo, unos 12 días, así que tuvimos una gran ansiedad durante dos semanas por si iban a aparecer más casos».
Las autoridades sanitarias locales empezaron a movilizarse y los primeros en ser vacunados y puestos en cuarentena fueron los más allegados a la fotógrafa.
Su marido, Joseph, y sus padres Hilda y Frederick Witcomb, fueron interrogados sobre sus últimos movimientos, por temor a que la enfermedad pudiera propagarse.
Para el 28 de agosto, dos semanas después de que Parker tuviera los primeros síntomas, más de 500 personas habían sido ya vacunadas.
Pero la pregunta clave que todos tenían en mente era ¿cómo se contagió?
Un misterio
El día en que la señora Parker fue diagnosticada de viruela, el profesor Henry Bedson se unió al equipo del profesor Geddes para examinar las muestras.
Bedson era el director del laboratorio de viruela en la Facultad de Medicina de Birmingham, donde la fotógrafa médica trabajaba.
Su laboratorio era uno de los escasos centros de investigación de la viruela comisionados por la OMS.
«Le dije ‘¿Puedes ver algo, Henry?’ y nunca contestó», dijo Geddes.
«Así que suavemente le moví la cabeza hacia un lado para poder mirar por el microscopio y allí vi las partículas en forma de ladrillo que son tan características del virus de la viruela».
«Estaba horrorizado, porque quedaban pocas dudas de que de alguna manera el virus debió haberse escapado de su laboratorio y así se había contagiado la señora Parker».
«Creo que en cuanto lo vio supo que de alguna forma había salido de su laboratorio. Y sabía lo que se le venía encima», dijo la profesora Symmons, que fue la primera que examinó a Parker cuando llegó al hospital de aislamiento.
Triple tragedia en Birmingham
Todo el foco de la atención cayó entonces sobre el profesor Bedson y su laboratorio, dijo el profesor Mark Pallen, autor del libro «Los últimos días de la viruela: tragedia en Birmingham».
El especialista de 49 años, un experto reconocido a nivel internacional en el tema, quedó destrozado por el brote.
Había periodistas acampados en las inmediaciones de su casa.
A medida que pasaron los días Parker siguió en aislamiento y su condición se fue deteriorando.
Se quedó prácticamente ciega en ambos ojos por las pústulas y los médicos dijeron que entró en un fallo renal.
Después Parker tuvo también neumonía y dejó de responder verbalmente.
El 5 de septiembre, mientras ella estaba en el hospital, su padre, de 77 años y que también estaba en cuarentena, sufrió un aparente paro cardíaco que acabó con su vida.
Se cree que el estrés sobre el estado de su hija fue el detonante, pero no le hicieron un examen post mortem para confirmar su muerte por miedo al riesgo potencial que representaba un contagio de viruela.
Un día después de esta «primera» víctima indirecta del brote, el profesor Bedson se suicidó en la caseta del jardín de su casa.
Dejó una nota que decía: «Siento haber traicionado la confianza que tantos amigos y colegas pusieron en mí y en mi trabajo».
Y cinco día más tarde, el 11 de septiembre, exactamente un mes después de haber aparecido los primeros síntomas, la señora Parker también murió.
Cuando a su madre, que también había desarrollado «una versión muy suave de viruela», le dieron el alta el 22 de septiembre, ya se había perdido los funerales de su hija y de su marido.
Un enigma hasta hoy
El 16 de octubre de 1978 las autoridades declararon que Birmingham estaba libre de viruela, pero la pregunta sobre cómo exactamente se había contagiado la señora Parker nunca tuvo una respuesta satisfactoria.
Al año siguiente se celebró un juicio, pero tres magistrados desestimaron las evidencias de la acusación que denunciaban que la Universidad de Birmingham había infringido la ley de Salud y Seguridad en el trabajo.
A ojos de la ley, el profesor Bedson había quedado exonerado de culpa alguna.
En 1980 un informe comisionado por el gobierno dijo que «no había duda» de que la señora Parker se había contagiado en el laboratorio.
El documento sugería que eso habría podido ocurrir de tres maneras distintas: por una corriente de aire, por contacto personal o a través del uso de un equipo o aparato contaminado.
De acuerdo al profesor Pallen, el autor del libro sobre la tragedia de Birmingham, nadie realmente creía en la teoría de la corriente de aire ¿Por qué solo se había contagiado ella?.
«¿Por qué se murió?, ¿por qué se enfermó tanto?», se pregunta la profesora Symmons. Pero añade: «Si no pudimos averiguar qué pasó hace 40 años no lo vamos a saber ahora de repente».
Con el tiempo todo volvió a su normalidad, y no hubo más brotes de viruela.
En 1980, dos años después de la muerte de Parker, la viruela fue oficialmente declarada como una enfermedad erradicada por la medicina.
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