Fue la "hincha" más fiel y popular de la selección croata.
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Vestida con la camiseta de su país y con gestos y poses de entusiasmo lejanos al protocolo, la presidenta Kolinda Grabar-Kitarovic acabó convertida en uno de los rostros más carismáticos del Mundial de Rusia 2018.
A medida que Croacia vencía a sus equipos rivales y se dirigía de forma inesperada hacia la final, la figura de la jefa de Estado de esa pequeña nación europea se robaba titulares no solo por las desenfrenadas muestras de apoyo a su equipo.
Según confirmó el propio gobierno croata, Grabar-Kitarovic se descontó de su salario los días que se ausentó para asistir al Mundial, se pagó los boletos de avión y las entradas a los estadios con su propio dinero, viajó en clase turista como el común de los mortales y renunció a la exclusiva zona VIP durante algunos partidos para gritar y compartir con los aficionados.
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Solo se perdió un juego y fue por razones de fuerza mayor: durante la semifinal contra Inglaterra, se encontraba en Bélgica para participar en la cumbre de la OTAN, el organismo para el que trabajó durante años antes de lanzarse a la presidencia.
Le regaló entonces una camiseta rojiblanca de su selección a Donald Trump e, incluso, a la primera ministra británica, Theresa May. Pero la cumbre no le impidió volver a Moscú para la final.
Y pese a la derrota de su equipo, la mandataria no solo abrazó de formas poco ortodoxas para su cargo a los jugadores y hasta el presidente francés Emmanuel Macron, sino que también se mojó bajo la lluvia que siguió al juego mientras otros, como Putin, se guarecían bajo oscuros paraguas.