Los Walipinis son un poco mágicos. Con su aspecto tosco, de tejados casi al ras del suelo, pueden pasar fácilmente desapercibidos en medio del paisaje árido y sepia del Altiplano de Bolivia.
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Y sin embargo, dentro, bajo tierra, pueden esconder un verde brillante, desproporcionadamente vivo en esta gigantesca planicie de clima extremo, donde al aire libre casi todas las plantas mueren.
Por ahora tienen aún acceso a un pequeño riachuelo en lo alto de su parcela desde el que riegan su Walipini y en el que el ganado calma la sed.
Pero saben que su fortuna puede ser temporal: el río que alimentaba las tierras de su vecino, Javier Ingala, también se secó hace tres años.