La lágrimas no podían faltar en sus ojos al anunciar su adiós de la que ha sido su casa durante 22 años.
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Sabe que es el mejor momento para dar un paso al costado, despidiéndose como soñó y tras meditarlo durante un largo tiempo. Pero no por ello deja de ser menos doloroso.
Andrés Iniesta anunció este viernes que dejará el Fútbol Club Barcelona al final de temporada para poner fin a su carrera en la élite del balón consciente de que «no estoy para darle lo mejor de mí al club que me lo ha dado todo, no sería feliz».
Fue su manera de agradecer al club que lo recibió cuando tenía tan sólo 12 años de edad. Aquel día lo recuerda como «terrible, cuando me quedé solo aquí» tras separarse de su familia y de su Fuentealbilla natal, en la provincia de Albacete, a unos 400 kilómetros de Barcelona.
En total, Iniesta ha jugado 669 partidos a lo largo de 16 temporadas con el primer equipo desde que debutó de la mano de Louis van Gaal en 2002, ganando 31 títulos con el Barcelona y tres con la selección nacional de España.
El más reciente de ellos fue el pasado sábado, cuando guió al Barcelona con una gran exhibición en la final de la Copa del Rey contra el Sevilla.
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Sin embargo, en sus comienzos con la camiseta azulgrana solía ser cuestionado y criticado por una buena parte de la afición culé, desesperada por la sequía de títulos de aquella época y la falta de puntería del pequeño mediocampista.
No eran tiempos de mucha paciencia en Can Barça, pero sí en Iniesta y otros jugadores que habían surgido de La Masia como Carles Puyol o Xavi Hernández.
Fue junto a ellos y junto a otro producto que surgió de la prestigiosa academia de fútbol, un futbolista llamado Lionel Messi, que Iniesta se convirtió en una pieza fundamental en el engranaje de uno de los mejores equipos de la historia del fútbol.
En 2005 obtuvo su primera liga y, al año siguiente, entró al campo para cambiar el destino del partido y darle al Barcelona la segunda Copa de Europa y primera Liga de Campeones de su historia.
Los éxitos deportivos siguieron, y su presencia se hizo cada vez más importante tanto con el Barça como con la selección española.
El Balón de Oro
Para muchos debió ser el ganador del Balón de Oro en 2010, cuando anotó el gol decisivo en la final para darle a España la Copa del Mundo en Sudáfrica.
No pudo ser, pero nunca tuvo una palabra de rencor por haber perdido en la votación frente a su compañero de equipo Lionel Messi.
Y esta posición la mantuvo el día de su despedida: «Mi percepción del fútbol y de mi felicidad no varía por tener un Balón de Oro. Me quedo con el respeto y el cariño que tengo de mis compañeros y la gente más cercana», repitió.
Pero fue uno de sus gestos, en tal vez el día más importante de su carrera, lo que mostró al mundo que la grandeza de Iniesta superaba los límites del terreno de juego.
Su imagen corriendo llenó de júbilo hacia la banda y celebrando el gol frente a Holanda, mostrando el nombre de Dani Jarque —su amigo fallecido de manera súbita meses antes—, quedó grabada para siempre en la memoria de los aficionados.
Iniesta logró con su imagen, su forma de ser y su juego algo que muy pocos futbolistas son capaces de hacer: la admiración de todos, sin importar los colores o la camiseta.
«Cada uno tendrá una opinión de mí, pero ese es mi deseo y lo que he intentado. Ser un gran deportista y una gran persona en todos los sentidos», concluyó el número 8 del Barça en su despedida.
«Al final, el fútbol pasa y lo que nos queda a todos son las personas». Una persona que, sin duda, el fútbol extrañará.
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