El suelo está lleno de plumas negras en una zona en la que los dos buitres se disputan los restos de un perro muerto. Esta es la primera imagen que recibe este lugar al que unas 50 personas llaman casa. Es el cementerio de Vila Nova Cachoeirinha, en la zona norte de Sao Paulo.
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Caminando por el recinto cuesta trabajo controlar los mareos que provocan el olor de los animales en descomposición. Bajo los pies del visitante se acumulan los huesos de aves muertas. El aire de abandono es innegable a lo largo de los 350.000 m² que ocupa este cementerio, el segundo más grande de la ciudad más poblada de Sudamérica.
Hay 21.000 sepulcros y tumbas, parte de ellos cubiertos por matorrales que pueden alcanzar la cintura de una persona adulta.
Apenas 500 metros después de atravesar la entrada, el silencio se rompe. Es en este punto donde ya pueden avistarse las primeras lonas colgadas de bambúes y trozos de madera.
Hay al menos cinco chabolas construidas allá adentro. Es el hogar de unas decenas de personas.
Un espacio entre los osarios -dos paredones donde se depositan los huesos que se retiran de las fosas- se ha convertido en el baño para los habitantes del lugar. Junto a los desechos humanos hay vómitos, restos de comida, ropa y escombros.
Prohibidos los niños
Entre los sin techo que allí conviven hay hombres, mujeres (una de ellas con una deficiencia física), ancianos y transexuales. Todos son bienvenidos excepto los niños, debido al aspecto insalubre y al consumo constante de drogas.
Lúcio, de 28 anos, no se cansa de hablar de lo mucho que extraña a su hija de 8 años.