Al final de esta historia habrá una familia centroamericana reubicada en algún municipio seguro de México, lejos de la amenaza del Barrio 18, la pandilla que controla su colonia y uno de los dos grandes grupos de ese tipo que aterrorizan a la región.
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Pero de momento, la hija mayor, Karla, una espigada joven de 22 años, me cuenta: "Si un pandillero te quiere para él, no puedes hacer nada".
"A una de mis compañeras que se negó a irse con ellos la sacaron de clase y la mataron allá mismo, a las puertas del colegio", recuerda. "Que era una advertencia, nos dijeron".
A ella también la escogieron.
"El marido de mi hermana, que es el sicario de la colonia, la quería de mujer de su hermano", recuerda su madre, María, vestida con una escueta camiseta de tirantes, pantalón corto y sandalias, y desparramada en una silla de plástico en el pegajoso calor tropical de la frontera mexicana.
"Porque a los muchachos los reclutan, pero a nuestras niñas las quieren para hacerlas suyas", explica.
María se negó a entregar a su hija, pero eso no sirvió de freno. Y al día siguiente el hermano del sicario decidió seguir a Karla allá donde fuera.