La historia del comercio con el Lejano Oriente comienza con un incendio en Siria en torno al 1720 a.C., cuenta Jack Turner, autor de "Especies: la historia de una tentación".
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La casa, perteneciente a un hombre llamado Puzurum, fue arrasada y olvidada. Y así habrían quedado las cosas si no fuera por la visita de un equipo de arqueólogos unos 3.700 años más tarde.
En las ruinas encontraron un pequeño recipiente de cerámica carbonizada que contenía un puñado de clavos de olor.
Su descubrimiento debe figurar como uno de los hallazgos más sorprendentes pues el clavo de olor era un recluso: una planta delicada que requiere un equilibrio exacto del aire marino tropical, el calor y la humedad para sobrevivir.
"El árbol de clavo sólo crecerá a la vista de las montañas y envuelto en el aroma del mar", dicen en Zanzíbar.
Esa especia, que ahora se puede comprar tan fácilmente en el supermercado, es el capullo seco de las flores del árbol de clavo de olor que, hasta principios del siglo XVI, crecía solamente en cinco pequeñas islas volcánicas en el este de lo que hoy es el archipiélago de Indonesia, parte de las islas Molucas, cuyo otro nombre quizás te es más familiar: las legendarias islas de las Especias.