Bogotá

El exmilitar que cocina por la paz

Rubén Darío Romero es exmilitar, pero hoy es la mano derecha de Juan Manuel Barrientos en El Cielo. Aprendió, después de un largo proceso, a perdonar a sus victimarios luego de perder una pierna en Bojayá en el 2008. Hoy cuenta como logró hacer catarsis.

La llamada

“Me llamó llorando, me dijo que no lo podía creer y que tenía miedo por ella y sus hijas, tenía miedo por su compañeros que todavía están en la selva y que quieren volver, pero le temen al rechazo. Estaba descontrolada y lo único que le podía decir era que se calmara, que no perdiera las esperanzas, que no podía echarse a llorar y tener esa actitud de derrota. En la vida hay que guerrearla”, estas fueron las palabras de Rubén Darío Romero, exmilitar herido en combate, a Dulce María, una exguerrillera, el día que ganó el ‘no’ en Colombia.

Romero es uno de los tantos héroes invisibles de este país. Aunque él no lo considera, simplemente dice que es un hombre que quiere salir adelante y enseñar a perdonar. Decidió enlistarse para hacerle frente a la guerra, uno de sus hermanos se lo llevaron los paramilitares y nacieron en una zona conflictiva históricamente: Urabá. “Cuando cumplí tres años de servicio, en el 2008, caí en un campo minado del Frente 57 de las Farc en Bojayá, Chocó, en donde ganó el plebiscito”, dice irónicamente mientras se acuerda del largo proceso que tuvo que enfrentar en ese momento.

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A Romero le cambió la vida esa mina antipersonal, él nunca se imaginó que con el paso del tiempo lograría perdonar y ayudaría a otros a sanar las heridas del alma. “Ahí empezó el proceso más duro de la vida que es volver a aceptarse como persona. Tenía una carrera militar, pero mi sueño era llegar al grupo especial y estar en el Sinaí, porque sea lo que sea siempre digo que hay que ser el mejor”.

Después de un tiempo la vida le dio una nueva oportunidad: dedicarse a la cocina, una de sus grandes pasiones. “Antes de llegar a El Cielo pasé por muchas cosas. Tenía que recuperarme, eso fue con psicólogo, con psiquiatra, eso es lo más duro de la vida, aceptarse como uno es nuevamente. Al año me dieron la prótesis y ahí me sentí feliz porque volví a caminar, pero seguía con el miedo del rechazo y porque a uno no le dan trabajo porque es discapacitado. De hecho más de uno hoy en día están frustrados porque no consiguen trabajo y los otros es porque no le sacan ganas a la vida”, comenta.  

Juan Manuel Barrientos, dueño y chef del restaurante donde trabaja, llegó a su vida de una forma inesperada. Hoy Romero es la mano derecha del chef colombiano. “Después de un año me puse a estudiar y conocí a Juan Manuel por medio de una trabajadora social a quien le comenté que siempre quise estudiar cocina y me dijo “Romero, le tengo la persona indicada”. Ahí fue cuando me presentaron a Doña Gloria (mamá de Juan Manuel) y empecé a hacer algo que a mí me gusta. El primer día de trabajo no fue el mejor, pero es que al principio no era capaz de estar ocho horas de pie por esa prótesis, pero Juan Manuel me tuvo mucha paciencia”, agrega con una sonrisa en la cara.

Romero empezó lavando fruta, pelando cebolla, lavando platos, cocinándole a sus compañeros. Luego fue ayudante de cocina y preparaba el pescado. “Cuando estaba acoplado me di cuenta de una cosa y es que ya habían pasado otros compañeros por la cocina, y ahí entendí que no somos discapacitados, sino los más capacitados para el trabajo”, afirma.

Sin embargo, después de esa oportunidad la vida le puso un reto en el camino y gracias a éste ahora trabaja con Dulce María. “Ella lleva cinco años desmovilizada. El 2 (día del plebiscito) cuando me llamó me dio tristeza, pero le digo a ella siempre que

no baje la guardia y deje todo atrás, que sigamos adelante. Que le demos ejemplo a la gente que sí se puede. Ella me dice que mucha gente quiere venir, que mucha gente quiere salir de allá. Si uno de soldado le tocan seis meses lejos de la familia, imagínese ellos como guerrilleros; ellos no quieren que sus hijos crezcan en medio de una guerra, ellos quieren que sus hijos sean doctores, que tengan un estudio, que sean algo en la vida”, afirma.

El perdón

Durante la época como militar, Romero también se dedicó a la cocina porque era el ‘chef’ del grupo al que pertenecía. “En la selva, por ejemplo, encontraba hojitas de yuca o cualquier hojita que se podía comer y se la ponía al arroz. Un día teníamos una jamoneta y pasamos por una parte donde había achiote, y de pequeño yo veía como mi abuela   lo guardaba en un tarro con aceite y quedaba listo para dar color. Me acuerdo que teníamos la jamoneta y una libra de arroz, entonces la idea no era hacer arroz y ya; me hice un arroz para chuparse los dedos con esa jamoneta, la piqué finito, le puse una hojitas, condimenté con el achiote y mis compañeros quedaron impresionados de lo que estaban comiendo en medio de la selva”, dice entre risas.

Pero, la sonrisa de Romero se ve acompañada de los recuerdos, “estaba el otro lado y era que aguantábamos a veces ocho días de hambre y nos hidratábamos con agua y sal. Nos tocaba caminar con el camuflado mojado y después que caí en el campo minado todo cambió”, comentó.

Después de eso Romero se enfrentó a la realidad, a la que le ha tocado poner la cara más dura, “cuando empecé el proceso de perdón lo primero que a uno le preguntan es ¿perdona a su agresor?, y eso no es decir sí porque sí, sino sentirlo. Yo perdoné de corazón, así lo he sentido y estoy comprometido 100%, y aunque no ganó el ‘sí’ quiero la paz para el país, empezar otra vida para construir una nueva Colombia. Si quisieron conseguir paz empuñando un fusil, enseñemos otra cosa y demostremos que la vida puede cambiar. La vida sigue porque hay personas que han pasado cosas peores y hay que tener ‘huevas’”.

Romero le enseña a perdonar no solo a exmilitares, sino exguerrilleros y exparamilitares, “Juan Manuel me preguntó si era capaz de trabajar con ellos porque sabía que yo era uno de los afectados por el conflicto. Le dije que me dejará pensar, a los 15 días le dije que sí lo iba a hacer y empezamos con cinco, algunos menores de edad y otros jóvenes. No voy a decir que fue fácil, en realidad fue muy duro. Creo que el gesto de humildad que hay que hacer es darles una segunda oportunidad a esas personas, porque cuando ellos le cuentan a uno las metas que tienen y el por qué de haber estado en la guerra, uno se da cuenta que también son víctimas de este conflicto”, comenta el también cocinero.

Romero reparte su tiempo entre la cocina de El Cielo en Medellín y la enseñanza del perdón. La Fundación El Cielo espera que el programa se fortalezca aún más en Bogotá, “en este momento en Medellín comparto con una chica desmovilizada de las Farc y tres de las AUC, todos trabajamos en mariscos. Han pasado muchos, siempre la integración y la motivación es la misma por lo menos de mi parte. Todo el que llegue lo hacemos sentir en familia, que sepa que hay una vida nueva y que vale la pena comenzar si es que realmente quiere construir paz. Sé que en Bogotá hay varios desmovilizados, pero no se dice quiénes son hasta que la gente no esté preparada porque no es fácil”, añade el exmilitar.

 

El futuro

Romero lleva en su cuerpo las marcas de la guerra. Las cicatrices lo van a acompañar siempre como recuerdo de lo que vivió, pero son el impulso para desear un mejor futuro “vea usted, las partes más conflictivas de este país votaron por el ‘sí’. Yo soy de Urabá y allá ganó el sí. Bojayá, en donde caí, también dijo ‘sí’. Los que hemos sufrido la guerra en carne propia queremos la paz, queremos darle la vuelta a la página porque 52 años de guerra son suficientes para que empecemos a reconciliarnos. Si las Farc se sentaron a dialogar tenemos que darles la oportunidad. Fíjese, en la ciudad solo hablan de odio y de lo que le pueden, porque solo piensan en el dinero y el que está en el campo, ese campesino sí tiene que sufrir o los niños que deben pisar campos minados. Yo prefiero verlos en el Congreso y no reclutando niños, sembrando minas o secuestrando. Y si nos ponemos a ver la clase política comparada con la guerrilla son casi iguales, solo que ellos tienen corbata”, agrega con el humor que lo caracteriza.  

Este hombre tiene muchas ganas de vivir por su hijo, anhela abrir un restaurante “brutal, algo nunca antes visto”, como él mismo dice, en Necoclí, la tierra que lo vio nacer, y sobre todo cree que la educación es la base de la paz.

 

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